miércoles, 16 de abril de 2008

SIN CITY vs SIN CITY

Debo confesar que, cuando fui al cine a ver la primera adaptación de esta genial serie de novelas gráficas de Frank Miller, fue una experiencia de geek desde la secuencia inicial de los créditos, donde vemos cuadros del cómic acompañados de los nombres de los actores. Disfruté mucho la experiencia y me pareció que Robert Rodríguez por fin había dirigido algo que merecía la pena. Sigo pensando que es un esfuerzo bien logrado, pero al ver la película más de una vez, me temo que pierde fuerza más rápido de lo que uno podría esperar. Me produce una sensación de vacío, cosa que ya alguien me había señalado y en su momento no pude ver, por la emoción inicial de haber visto en movimientos a los personajes que me habían proporcionado horas de entrenimiento previo. Pero ahora, que esa sensación pasó, el filme me parece un tanto inacabado. Varias veces me pregunté a qué se debería, y releyendo las historias, no ha sido difícil encontrar la razón: llegar a Sin City desde la película es algo muy distinto a hacerlo desde las novelas, detallemos a continuación el porqué.

Frank Miller ha manifestado estar muy satisfecho con el tratamiento que el cineasta texano dio a su creación, incluso fue acreditado como co-director de la cinta, pues Robert argumentó que su obra tenía de por sí una secuencia cinematográfica. Concuerdo en que Rodríguez es un excelente manufacturador de imágenes, y el mismo a cargo de la fotografía consiguió dar ese look que tienen los libros. Pero he aquí donde comienzan, al menos, para mí, los problemas. A diferencia de su cuatacho Quentin Tarantino, Rodríguez no se caracteriza por guiones pulidos y verdadera talacha con los actores para plasmar su visión. Es un muy buen ejecutante, si no es que brillante, pero es precisamente así como queda claro que la estética no lo es todo. Si bien, casi en tu totalidad, la película es un traspaso cuadro por cuadro de las imágenes del cómic, eso, al final del día, parece más un desacierto que un tino. Además, la principal y más importante característica de la novela es el blanco y el negro. En la película, el gris, arruina las cosas. En los libros tenemos a Frank entregando viñetas grandes, a veces enormes, donde el simplismo de líneas y la ausencia de color [salvo la tinta cuando desea resaltar algo, como el vesrido rojo de la chica o el "bastardo amarillo"] es lo que produce el impacto más grande, impacto que se ve minado en la versión fílmica, a pesar del enorme esfuerzo por ser una réplica exacta del material original.

Otra de las diferencias está en el tratamiento de los personajes. Cierto es que no estamos ante Shakespeare, pero los anti-héroes y rotas princesas de Miller no son tan unidimensionales como en la película, acaso por la fuerza de la palabra y el diálogo, que en el filme parecen recitados de memoria, casi sin emoción, siendo quizá el único bien logrado el violento y noble gigantón Marv, encarnado por Mickey Rourke. Lo peor del caso es que el reparto es excelente, indiscutiblemente bien escogido, mas un tanto desaprovechados. El humor, negro y cruel en el original se torna blando y un tanto simplista, reduciendo su enorme potencial. Incluso los personajes femeninos, estilísticamente expotados de forma espectacular por Miller en las páginas de los libros, lucen disminuidos, con excepción de Carla Gugino como Lucille, la bella y lesbiana abogada defensora de Marv, que muere trágicamente tras haber sido mutilada por Kevin, el caníbal protegido del cardenal Roark. Nadie niega el atractivo de Jessica Alba, pero no da el ancho en el personaje de Nancy Callahan, la niña asustadiza convertida en nerd de día y stripper de noche, el último amor de John Hartigan, a quien Bruce Willis, otro de los pocos que se salvan, consigue dar el aura trágica que merece en busca de la redención final.


La voz de Miller a través de los personajes, el hilo narrativo, el timing, se ven alterados. Lo que más perdura de la película, son los momentos violentos, las escenas cruentas, cuando en los libros es al revés, el romanticismo se impone y la moral de los personajes resalta por encima del mundo de crimen en el que todos están envueltos. La sutileza emocional de las novelas tiene un efecto de duración prolongada, mueve incluso, sin ser su pretensión querer ser profundas o cultas, a una que otra reflexión. Uno se encariña con esos pobres diablos y mujeres caídas en el submundo que, a pesar de todo, son fieles a sus principios. En la Basin City de Robert Rodríguez da igual quien vive o muere. Son precisamente los detalles, los que hacen de Sin City la obra tan importante y por ello tan popular, los que se pierden en las manos de un talentoso director que, tratando de sublimar algo que obviamente ama, le hace más daño, como un padre sobreprotector a su hijo. Lo que no deja de llamarme la atención es que Miller parece tomarlo por un lado más amable. Quizá me he vuelto amargado, o peco vilmente de purista y freak.

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