que añorar lo que nunca jamás existió: La luna sincera. El silencio sin prisa. La penumbra amistosa. El garbo de las hienas. La mecánica aurora después de un
sí te quiero. Las personas felices de los anuncios de la tele. El mar en tus bolsillos. La Navidad en las manos del pordiosero. Una, dos, tres balas en el fondo de un tarro de cerveza. Mi cabeza en silencio. Alas que no hagan daño. Una
smiley face por cada ser humano sobre la Tierra. Cristo sin cruz. Buda sin collar. Un desierto de azúcar. Luces en tus cuadernos. El cielo victorioso. La sal agradecida. Un
tío de traje gris con zapatos rojos y bombines rosas. Un dictador austero. Mantarrayas de ceño fruncido. Un poema sin epitafio. Un epitafio sin gracia. Una vida dichosa. Una muerte sin fin. Perro sin gato. Hombre sin dueña. Agua sin sangre. El sol bajo mis suelas. Carambola de sueños lúcidos. Manos que no se cierran nunca. La pequeñez del mundo. Poco más de una treintena de imágenes nos ha causado, con sólo una canción. Joaquín Sabina, el único, capaz de ir siempre
con la frente marchita, jugando al pirata cojo, que le canta a las más ramplonas simplezas [y peores bajezas] de manera sublime.
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