martes, 20 de mayo de 2008

Cruzar el Laberinto

¿Cómo comenzar una crítica sobre El Laberinto del Fauno, cómo realizarla, si se trata de una de nuestras películas favoritas? Quizá especificar esto último sea lo más sano, para no ser acusados de caer en un discurso de alabanzas. Realmente no lo haremos. Independientemente de lo que Mundo MagiKo piense, estamos ante una gran película, como lo ha dicho hasta el cansancio la gente especializada y común, que sabe apreciar el buen cine.

Antes que nada, el Fauno es una recolección de las obsesiones de su autor. El universo infantil, la crueldad de los adultos, la imaginación como escape de una realidad amenazante, los monstruos, los insectos, el estado prenatal... Si has visto las anteriores cintas de Guillermo del Toro seguro reconociste sus lugares "comunes". Desde Cronos, Del Toro nos viene desdibujando un mundo propio, pletórico en imágenes, a veces pesadillescas, a veces sublimes. Es como si el tapatío estuviese escribiendo una larga e interminable novela, a lo largo de su trabajo en la pantalla grande.

Ambientada de nuevo en la España de la guerra civil [originalmente pensado como escenario la revolución mexicana], el Laberinto del Fauno narra la historia de Ofelia, niña huérfana de padre que se enfrenta a un mundo hostil, dominado por su padrastro, militar franquista que es un verdadero hijoputa que tiraniza tanto a Ofelia, como a su madre y sólo piensa en el hijo varón que viene en camino. El encuentro de Ofelia con un hada, quien la lleva hacia el fauno, le abre una ventana al mundo sumergido, de quien ella es la supuesta princesa, hija del rey por tanto tiempo extraviada.

En esta ocasión, Del Toro lleva las cosas a un nivel de profundidad raras veces alcanzado en el celuloide. El Laberinto es una macabro cuento de hadas, pero es también un tratado psicológico, una declaración de principios, un retrato transpersonal. El viaje de Ofelia es la odisea del alma, desde el inframundo hasta su ascención a los reinos celestiales.

La primera prueba, el encuentro con el sapo devorador, representa la superación de la codicia, una de las primeras tentaciones mundanas. No es raro que dentro del batracio la niña halle una llave que le abrirá la puerta en su segunda prueba. Se trata de una victoria interna, que le hace dar un paso más allá hacia el interior de sí misma.

La habitación del hombre pálido es el mundo de los adultos dormidos, anquilosados en viejas formas de pensar y sentir. El monstruo tiene las cuencias vacías porque no puede ver más allá de su nariz; coloca sus ojos en las manos pues sólo puede ver lo que toca, es materialista, práctico negativamente, sólo confía en lo que sus manos pueden asir. A pesar de que es un soberano de su mundo, está desconectado, es insensible, encerrado en sí mismo, un humano venido a menos cuya apariencia física misma nos sugiere la idea de un cadáver. Otra lectura podría ser un doloroso señalamiento al maltrato y abuso infantil, recordemos que el hombre pálido devora a los niños, cuyos zapatos se amontonan en una montaña en una esquina.

Ofelia no es perfecta, cae en la tentación y causa la muerte de las hadas. Por un momento, todo parece perdido para ella, pero es perdonada y puede continuar su camino hacia el hogar. El último desafío es el más grande e importante de todos: renunciar a sí misma por defender a su hermanito. Todas las religiones y aún textos gnósticos establecen que una de las formas de entrada al paraíso es el sacrificio. Al llegar al palacio de su padre, el rey, Ofelia calza un par de zapatos rojos, ¿referencia a Dorothy, de El Mago de Oz, o acaso Del Toro sugiere que el hombre sólo podrá ver de nuevo el rostro de Dios con los zapatos manchados con su propia sangre, derramada por el prójimo?

Las opiniones se dividen. Hay quien piensa que este es una película de corte fantástico, otros que es de un realismo extremo. Lo cierto es que El Laberinto del Fauno no admite medias tintas. Al final, es un filme que apela a la amargura o a la esperanza, dependiendo del espectador. Para Mundo MagiKo, Guillermo del Toro ha creado una maravillosa pieza que ahonda en los recovecos más sombríos de nuestra especie y lo que hemos creado, para rescatar algo de la luz que, indudablemente, el ser humano lleva en su interior.

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